martes, 19 de septiembre de 2017

De nombre Federico

De nombre Federico, por su abuelo
-a su vez Federico como el suyo-,
mis palabras se miran en sus gestos
y trepan a mi otoño sus futuros.

Su techo ya se iguala con el mío,
mi yo de entonces rinde en él tributo;
mas todos los ayeres se abastecen
de un abrazo perfectamente mutuo.

La espiga pide cielo, campo exige
desde la fe voraz, desde el impulso
de quien se sabe dueño de un verano
generoso y eterno, noble y puro.

De nombre Federico, por mi padre,
su albedrío se ausenta de mis mundos.
El tiempo que fue nuestro se disuelve
en esta vastedad de sangre y humo.

jueves, 12 de mayo de 2016

Helena [25-04-2016]


Todo cobra sentido si pronuncio tu nombre.

Poco a poco te elevas a las alas del mundo,
y poco a poco reinas en mi orgullo discreto.

Lentamente, tu certeza se olvida
de todas las ausencias que rasgan mi memoria,
y emociona mis canas
cada abril de dieciocho que ríe por tu cintura.

Fragilidad de mapas en la mano del tiempo.

De las vidas posibles que confirman la mía,
que me toman la sangre y me la expanden,
la tuya es la primera,
la que no se detiene,
la que siempre será mi desenlace.

Si pronuncio tu nombre todo cobra sentido,
todo cumple la inercia de esa mitad de mí
que en ti se justifica.

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Helena, mi primogénita, cumplió el otro día sus dieciocho años. Hacía demasiado tiempo que no me emocionaba tanto escribiendo unos versos, que no escribía unos versos tan sentidos. Disfruté de un éxtasis paradójico, de un algo que me trascendía como hombre. Creí que tocaba con la punta de los dedos mi trocito de techo literario, mi cielo poético, mi gloria.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Vivir


Las nubes, los proyectos,
la delicada forma que los dedos esculpen,
la vasija trizada y el olvido.

Aunque los hombres lloren
el tiempo que gastaron y el tiempo que les queda,
vivir tan solo es esto:

cobrar de cada instante su certeza.

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Hay fechas, momentos de transición en los que uno se sabe especialmente proclive a la llamada de los versos. Suele ocurrir las noches de luna llena, pero también durante los cambios estacionales, singularmente en los cierres de año. Este poema se me derramó casi de memoria la mañana del 30 de diciembre de 2013 y al día siguiente lo publiqué en Retales de mi alforja. Un par de meses después, cuando el Museo Ramón Gaya me solicitó una lectura poética y un texto manuscrito para el folleto de costumbre, me pareció que no había otro más oportuno. 

jueves, 8 de octubre de 2015

Darío [21-09-2014]


En la cima del tiempo,
con los ojos enormes como esponjas de luz,
su nombre se abre paso entre los brazos,
otea en los azules de un lento porvenir,
se sacia de los días primitivos
que poco a poco esculpirán su ser.

Plenitud ilusoria de todos los comienzos:
después lo acuciarán los miedos,
la dolorosa paz de las caricias,
los errores, las treguas, los recuerdos,
las palabras confusas, los adioses,
esa inercia sutil de cuanto vive.

Con los ojos enormes, en la cima...

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Hace poco más de un año nació Darío, mi tercer hijo. El poema lo enhebré de memoria durante sus primeras horas. Pasados unos días lo trasladé al papel y, luego, el 30 de septiembre, lo colgué entre los Retales de mi alforja. Me pregunto que sentirá él cuando lo lea, qué pensará él de los afanes antiguos de su padre.

viernes, 22 de mayo de 2015

Parábola del barro y la paloma

A mis padres

Has surgido del barro que hoy te vence en las alas.
El azul de este cielo que rozas se anticipa a toda labor tuya:

es la imagen del sueño que alguna vez tramaron
las manos extendidas de una mujer y un hombre.

Los dos -el hombre y la mujer, sus manos-

son barro aún, barro orgulloso del vuelo que inventaron
para ti, desde abajo.
Los dos -el hombre y la mujer, sus manos-

son el barro que hoy vuela desplegando tus alas,
redención necesaria de su altura imposible,
o penosa victoria de esa fe inquebrantable,
de esa agónica forma que sostuvo su abrazo.

Pedro, has surgido del barro. Las alas

que hoy te abruman con su peso suicida
son el triunfo de entonces, la certeza de un vuelo
por otros, para ti, soñado.

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Una vez declaré que este era mi poema mío favorito. No sé cuándo lo escribí, ni cuántos años he tardado en escribirlo, ni si está terminado. Lo di a conocer en un recital que compartí con mi amigo Ginés Aniorte, el 6 de junio de 2006, en el transcurso de un ciclo que coordinó José Luis Martínez Valero; al año siguiente se imprimió en el volumen Poesía en el Archivo (Murcia, 2007, pág. 312). Y el 15 de septiembre de 2008 se me ocurrió compartirlo en el blog Retales de mi alforja.